jueves, 25 de septiembre de 2008

El lenguaje y los problemas

En nuestra vida nos encontramos con múltiples y complejos problemas que gracias al uso del lenguaje llegamos a resolver. Sin embargo, las palabras generan también una serie de problemas que sin ellas no existirían. El lenguaje nos permite decirlo (casi) todo: lo que hay y lo que no hay, lo que es y lo que ha sido, lo sublime y lo estúpido; gracias a él podemos narrar cualquier hecho, como el principio de una batalla o el final de un amor. Nos permite mostrar nuestro pensamiento, ocultarlo, disimular nuestros intereses, en definitiva, jugar en difícil equilibrio con lo verdadero y lo falso.
El papel del lenguaje es fundamental en el adoctrinamiento político y religioso, en la visión del mundo de los grupos humanos, y, también, en cualquier tipo de lavado de cerebro. Podríamos decir que el fundamentalísimo es una enfermedad de la palabra. Así, por ejemplo, los talibanes y fanáticos memorizan los textos presuntamente sagrados mediante constantes repeticiones y movimientos sincopadas de cabeza. Y enfermos por la palabra cometen masacres como la del 11 de septiembre o la del 11 de marzo de 2004 en Madrid.
El lenguaje es el pilar que sustenta nuestra vida en sociedad, el testigo y el guardián de nuestra memoria y el instrumento de trabajo, de relación y divertimento. Debemos estar vigilantes ante las posibles trampas que nos tiende el lenguaje, pues en cada palabra -la más mínima- hay una fuerza argumentativa, significados que cambian constantemente la realidad y nuestro pensamiento.

Comunicación no verbal


En el siguiente enlace tenéis en formato .doc los apuntes sobre la comunicación no vebal.
gbustamantepavez.googlepages.com/Comunicacinnoverbal.doc

martes, 3 de junio de 2008

Microrrelato. De libros

No, ni siquiera él sabía leer. Sí es cierto que poseía una casa inmensa con grandes salones que contaban con altas estanterías repletas de libros. Sí, de libros. Eran volúmenes que su abuelo había heredado de su abuelo y este último del padre de su padre.

Le gustaba el olor de los libros viejos porque decía que le daban a su casa un aire noble y distinguido. Eso les decía a sus hijos quienes, como es lógico, tampoco sabían leer. Les contaba en voz baja la historia de los ladrillos de papel, que no eran más que esqueletos de las viejas ideas del mundo viejo, de cuando mil años atrás los hombres crearon Internet que, como todos sabemos, mató a la estrella de los betsellers.

domingo, 1 de junio de 2008

"1001 Books You Must Read Before You Die"


Os dejo los 20 primeros. La lista es, como todas, muy subjetiva y criticable: Sin embargo, podéis escoger entre 1001 y seguro que entre ellos encontráis alguno que resulte una buena lectura para el verano. Disfrutad del o de los elegidos y si no lo hacéis me recordaréis al título de la foto.


Para conocer el resto visita http://www.listology.com/content_show.cfm/content_id.22845/Books

2000s
  1. Never Let Me Go – Kazuo Ishiguro
  2. Saturday – Ian McEwan
  3. On Beauty – Zadie Smith
  4. Slow Man – J.M. Coetzee
  5. Adjunct: An Undigest – Peter Manson
  6. The Sea – John Banville
  7. The Red Queen – Margaret Drabble
  8. The Plot Against America – Philip Roth
  9. The Master – Colm Tóibín
  10. Vanishing Point – David Markson
  11. The Lambs of London – Peter Ackroyd
  12. Dining on Stones – Iain Sinclair
  13. Cloud Atlas – David Mitchell
  14. Drop City – T. Coraghessan Boyle
  15. The Colour – Rose Tremain
  16. Thursbitch – Alan Garner
  17. The Light of Day – Graham Swift
  18. What I Loved – Siri Hustvedt
  19. The Curious Incident of the Dog in the Night-Time – Mark Haddon
  20. Islands – Dan Sleigh

jueves, 22 de mayo de 2008

Wikillerato


Aquí os dejo una buena cantidad de enlaces de la página Wikillerato. Algunos aún no están editados pero poco a poco los colaboradores están completando la Tabla de contenidos que aparece a continuación. También podéis visitar el portal para consultar otras asignaturas.

Para saber más pincha aquí.

martes, 20 de mayo de 2008

Anécdotas de escritores. No solo escriben...

Muchos recuerdan el famosísimo puñetazo que Mario Vargas Llosa lanzó en 1976 sobre el mentón de Gabriel García Márquez. Ha generado un puñado de leyendas, todas en torno a los motivos de semejante tunda. Los dos protagonistas nunca han querido hablar del asunto y su falta de esclarecimiento ha disparado la rumorología. La chismografía general asegura que Gabo había intentado un acercamiento hacia la esposa de Vargas Llosa, pero otros cotillas afirman que el colombiano recomendó a Patricia Llosa Urquidi, mujer del peruano, que rompiera un matrimonio que, parece ser, pasaba una crisis.

Si quieres conocer más anécdotas de escritores pincha aquí.

viernes, 16 de mayo de 2008

Cuadro: Los morfemas



Tomado de http://centros5.pntic.mec.es/cpr.de.ciudad.real/lengua/Morfemas.htm

jueves, 24 de abril de 2008

Los libros que cambiaron la vida de 17 científicos

En el Día del Libro, los libros que cambiaron la vida de 17 científicos, adaptado y resumido de Life-changing books: Recommendations from 17 leading scientists:

  1. Steve Jones, geneticista: En la noche y entre los hielos / Farthest North , la odisea del Fram en el Ártico a finales del siglo XIX.
  2. V. S. Ramachandran, neurocientífico: The Art of the Soluble, por mostrar la ciencia como una gran, romántica, y divertida aventura.
  3. Jane Goodall, primatóloga: Liberación animal / Animal Liberation , ya que la llevó a hacerse vegetariana.
  4. Michio Kaku, físico teórico: La trilogía de la Fundación (Fundación, Fundación e Imperio y Segunda Fundación) / The Foundation trilogy (Foundation, Foundation and Empire, Second Foundation), porque le enseñó a pensar no en qué era imposible sino en si había alguna ley física que hiciera algo imposible, de ahí su elección de carrera.
  5. Alison Gopnik, psicóloga del desarrollo: Alicia en el país de las maravillas / Alice in Wonderland , porque la forma de ser de Alicia le gustó siempre tanto que la llevó a escoger la carrera que escogió.
  6. Sean Carroll, físico teórico: One, Two, Three... Infinity , de nuevo porque la lectura de este libro le llevó a decidir lo que iba a ser de mayor.
  7. Harry Collins, sociólogo de la ciencia: Ciencia social y filosofía / The Idea of a Social Science , por como este libro le llevó a reconducir su vida académica al darse cuenta de que los sociólogos pueden ver cómo trabajan los científicos y cómo aparecen nuevos conceptos.
  8. Peter Atkins, químico: Handbook of Mathematical Functions , porque a diferencia de una novela, se puede leer una y otra vez sin agotarlo y de esa manera se ha convertido en un amigo inseparable.
  9. Oliver Sacks, neurólogo: The Mind of a Mnemonist, porque le enseñó lo que era posible hacer a la hora de describir un caso clínico y le marcó la pauta a seguir en sus propios escritos y libros.
  10. Marcus du Sautoy, matemático: A Mathematician’s Apology, porque a los 13 ó 14 años lo llevó a ver lo emocionante que podía llegar a ser hacerse matemático.
  11. Susan Greenfield, neurofisióloga: El gatopardo / The Leopard, pues encuentra muy especial que alguien sea capaz de escribir de una forma tan positiva acerca de la muerte.
  12. Frans de Waal, psicólogo y etólogo: Darwin and the Emergence of Evolutionary Theories of Mind and Behavior por ser una magnífica historia del interfaz entre psicología, biología evolucionaria y filosofía, lo que lo ha llevado a convertirse en una parte fundamental de su bagaje cultural.
  13. Lawrence Krauss, físico: Trampa 22 y Los tres primeros minutos del universo / Catch-22 y The First Three Minutes, porque le demostraron, respectivamente, el poder de las palabras y la importancia de la cosmología.
  14. Daniel Everett, lingüista: William James, Writings 1878-1910, porque es el autor que, más que ningún otro, más le ha servido de inspiración.
  15. Chris Frith, neurocientífico: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? / Do Androids Dream of Electric Sheep?, porque el tema principal de las novelas de Dick es que lo que percibimos no es el mundo real sino una fachada detrás de la que se esconde una realidad mucho más desagradable, lo que es también un tema recurrente en los estudios de Frith sobre la esquizofrenia, aunque dice que su visión del mundo es mucho más positiva que la de Dick.
  16. Elaine Morgan, autora de la hipótesis del simio acuático: El mono desnudo / The Naked Ape, porque fue el libro que la llevó a escribir su teoría.
  17. Marian Stamp Dawkins, zoóloga: El anillo del rey Salomón / King Solomon's Ring, porque le enseñó que si estás preparado para ello es posible entrar en el mundo de los animales y comunicarte con ellos en su propio lenguaje.

En el artículo original hay algunas recomendaciones más, ya que algunos de los científicos de esta lista mencionan algún libro más en la explicación de por qué escogieron estos títulos.


Tomado de Microsiervos

viernes, 11 de abril de 2008

Cuadro sobre la coherencia textual


Tomado de http://centros5.pntic.mec.es/cpr.de.ciudad.real/lengua/Coheren.htm

¿Qué es la Paralingüística?

Paralingüística

El comportamiento lingüístico está determinado por dos factores: el código y el contenido que se pretende comunicar. Sin embargo estos dos factores no constituyen la totalidad del comportamiento ni verbal ni comunicativo. Existen variaciones lingüísticas, entre las que se puede citar la elección del idioma, la utilización de un lenguaje simple o elaborado, la elección de los tiempos verbales, etc., y existen, por otra lado, variaciones no lingüísticas como el ritmo, el tono y el volumen de la voz. Al estudio de las variaciones no lingüísticas se dedica la paralingüísta.

El tono: La cualidad del tono que interesa aquí es el tono afectivo, esto es, la adecuación emocional del tono de voz utilizado en la conversación. El tono es un reflejo emocional, de forma que la excesiva emocionalidad ahoga la voz y, el tono se hace más agudo. Por lo tanto, el deslizamiento hacia los tonos agudos es síntoma de inhibición emocional.

El volumen: quién inicia una conversación en un estado de tensión mal adaptado a la situación, habla con un volumen de voz inapropiado. Cuando la voz surge en un volumen elevado, suele ser síntoma de que el interlocutor quiere imponerse en la conversación, y está relacionado con la intención de mostrar autoridad y dominio. El volumen bajo sintomatiza la intención de no quiere hacer el esfuerzo de ser oída, con lo que se asocia a personas introvertidas.

El ritmo: El ritmo se refiere a la fluidez verbal con que se expresa la persona. Se ha estudiado en los medios psiquiátricos pues uno de los síntomas de la tendencia al repliegue neurótico o psicótico, de la ruptura con la realidad, es un ritmo de alocución átono, monótono, entrecortado o lento. En la vida normal el ritmo lento o entrecortado, revela un rechazo al contacto, un mantenerse a cubierto, un deseo de retirada, y frialdad en la interacción. El ritmo cálido, vivo, modulado, animado, está vinculado a la persona presta para el contacto y la conversación.

Uno de los ámbitos de estudio del paralenguaje más interesantes para la práctica del psicólogo se refiere a los estudios que entienden el paralenguaje como una manifestación del estado de la interacción. Estos estudios se impulsaron para responder al problema planteado por el ‘efecto del experimentador’.

Los estudios del efecto del experimentador se iniciaron en un estudio experimental en el que el investigador sospechó que algo especial estaba sucediendo en la interacción sujeto-experimentador. Junto con el proceso de instrucción y dirección, existía un sistema de comunicaciones encubiertas que influía sutilmente en la ejecución del sujeto al transmitirle las expectativas del experimentador. Los sujetos respondían a las expectativas comportándose de acuerdo con ellas y con otras características requeridas por la situación. Posteriores estudios concluyeron que, al establecer diferentes expectativas en los experimentadores, la ejecución de los sujetos podría alterarse en relación con esas expectativas, aún cuando la conducta manifiesta del experimentador no parecía diferir entre los diferentes experimentadores. Este sistema de comunicaciones ocultas parecía deberse a los canales paralingüísticos y no a los verbales. Por ejemplo, las alteraciones sutiles de énfasis en las instrucciones verbales, afectaban los resultados experimentales en la dirección esperada por el experimentador.

El interés por la interacción entre el experimentador y el sujeto experimental se extendió rápidamente en el mundo especializado al estudio de otras díadas más comunes en la vida diaria. Los estudios se han centrado principalmente en dos tipos de relaciones: relaciones de afecto y relaciones de hostilidad. Y se han observado en dos díadas: doctor-paciente y madre-hijo.

En las díadas doctor-paciente se comprobó que los doctores cuyas voces se clasificaron como menos irritantes y más ansiosas tuvieron más éxito en tratar a nuevos pacientes alcohólicos. En las díadas madre-hijo, se comprobó que las madres cuyas voces se clasificaban con un alto nivel de ansiedad y enfado, recibían signos de irritabilidad de sus hijos, tales como gritos y trastornos en el acto de la separación.

Tomado de http://www3.uji.es/~pinazo/2001Tema%205.htm

domingo, 6 de abril de 2008

La casa de Bernarda Alba


Os dejo un enlace para descarga en pdf y gratis de La casa de Bernarda Alba de F. G. Lorca. Pincha aquí.

viernes, 4 de abril de 2008

La novela picaresca barroca


El siglo XVII desarrolla abundantemente el género de la picaresca. Durante este período, las obras evolucionan y presentan variaciones con respecto a las dos grandes obras de referencia del siglo anterior. Dentro de esta tradición se inserta el Buscón, la novela picaresca más destacada del Barroco.
Más aquí.

sábado, 15 de marzo de 2008

Sea cortés cuando sienta amor



«Amor cortés, código de comportamiento que definía las relaciones entre enamorados pertenecientes a la nobleza en Europa occidental durante la edad media. Influido por las ideas coetáneas de la caballería y del feudalismo, el amor cortés requería la adhesión a ciertas reglas elaboradas en la canciones de los trovadores, entre finales del siglo XI y los últimos años del siglo XIII, que provenían originalmente de la obra Ars Amatoria del poeta romano Ovidio.
Más aquí

jueves, 13 de marzo de 2008

Materialesdelengua.org

Aquí tenéis enlaces a actividades interactivas propuestas por la página materialesdelengua.org. Encontraréis, además, enlaces a otras páginas, blogs, diccionarios, etc. que os pueden ser muy útiles.

HOTPOTATOES




Léxico
Acentuación
Tipología textual


Los nombres propios (JMatch)
La tilde diacrítica (JCloze)
Los tipos de descripción

Los nombres propios (JCross)
Escucha pronuncia y acentúa (JQuiz)
Los tipos de narrador

La palabra "fábula" y sus derivados (JQuiz)
Los diptongos y los hiatos (JQuiz)


Expresiones con la palabra "cuento" (JMatch)
Los diptongos y los hiatos II (JQuiz)



Frases hechas (JMatch)
4 en línea (JQuiz)
Géneros literarios


Cultismos y palabras patrimoniales (JQuiz)


La fábula: Adivina la moraleja (JMatch)

Dobletes (JMatch)
Morfología




Expresiones latinas (JMatch)
Formas verbales (Flashcards)



Expresiones latinas y frases célebres (JMatch)
Tiempos verbales (Match)



Los antónimos (JMatch)
Participios irregulares (Quiz)



Composición (I) (JMatch)
Diccionario




Composición (II) (JMatch)
Partes de la entrada de diccionario (JMatch)
enlaces


Formación de palabras (JCross)
La definición en el diccionario (JMix)
Página de Quim Genover

Parasíntesis (I) (JQuiz)
Las palabras en el diccionario (JQuiz)
Aula de letras

Parasíntesis (II) (JQuiz)


Página de Cesáreo Vázquez

Los extranjerismos (JMatch)
Literatura

Desocupado lector



Quiz del Barroco
Verbactiva



La comedia nueva



Sintaxis






Oraciones impersonales (JMatch)





Oraciones impersonales II (JMatch)





Complementos verbales

lunes, 3 de marzo de 2008

Un cuento de Julio Cortazar

Una flor amarilla

Parece una broma, pero somos inmortales. Lo sé por la negativa, lo sé porque conozco al único mortal. Me contó su historia en un bistró de la rue Cambronne, tan borracho que no le costaba nada decir la verdad aunque el patrón y los viejos clientes del mostrador se rieran hasta que el vino se les salía por los ojos. A mí debió verme algún interés pintado en la cara, porque se me apiló firme y acabamos dándonos el lujo de la mesa en un rincón donde se podía beber y hablar en paz. Me contó que era jubilado de la municipalidad y que su mujer se había vuelto con sus padres por una temporada, un modo como otro cualquiera de admitir que lo había abandonado. Era un tipo nada viejo y nada ignorante, de cara reseca y ojos tuberculosos. Realmente bebía para olvidar, y lo proclamaba a partir del quinto vaso de tinto. No le sentí ese olor que es la firma de París pero que al parecer sólo olemos los extranjeros. Y tenía las uñas cuidadas, y nada de caspa.


Contó que en un autobús de la línea 95 había visto a un chico de unos trece años, y que al rato de mirarlo descubrió que el chico se parecía mucho a él, por lo menos se parecía al recuerdo que guardaba de sí mismo a esa edad. Poco a poco fue admitiendo que se le parecía en todo, la cara y las manos, el mechón cayéndole en la frente, los ojos muy separados, y más aun en la timidez, la forma en que se refugiaba en una revista de historietas, el gesto de echarse el pelo hacia atrás, la torpeza irremediable de los movimientos. Se le parecía de tal manera que casi le dio risa, pero cuando el chico bajó en la rue de Rennes, él bajó también y dejó plantado a un amigo que lo esperaba en Montparnasse. Buscó un pretexto para hablar con el chico, le preguntó por una calle y oyó ya sin sorpresa una voz que era su voz de la infancia. El chico iba hacia esa calle, caminaron tímidamente juntos unas cuadras. A esa altura una especie de revelación cayó sobre él. Nada estaba explicado pero era algo que podía prescindir de explicación, que se volvía borroso o estúpido cuando se pretendía—como ahora—explicarlo.

Resumiendo, se las arregló para conocer la casa del chico, y con el prestigio que le daba un pasado de instructor de boy scouts se abrió paso hasta esa fortaleza de fortalezas, un hogar francés. Encontró una miseria decorosa y una madre avejentada, un tío jubilado, dos gatos. Después no le costó demasiado que un hermano suyo le confiara a su hijo que andaba por los catorce años, y los dos chicos se hicieron amigos. Empezó a ir todas las semanas a casa de Luc; la madre lo recibía con café recocido, hablaban de la guerra, de la ocupación, también de Luc. Lo que había empezado como una revelación se organizaba geométricamente, iba tomando ese perfil demostrativo que a la gente le gusta llamar fatalidad. Incluso era posible formularlo con las palabras de todos los días: Luc era otra vez él, no había mortalidad, éramos todos inmortales.


—Todos inmortales, viejo. Fíjese, nadie había podido comprobarlo y me toca a mí, en un 95. Un pequeño error en el mecanismo, un pliegue del tiempo, un avatar simultáneo en vez de consecutivo, Luc hubiera tenido que nacer después de mi muerte, y en cambio... Sin contar la fabulosa casualidad de encontrármelo en el autobús. Creo que ya se lo dije, fue una especie de seguridad total, sin palabras. Era eso y se acabó. Pero después empezaron las dudas, por que en esos casos uno se trata de imbécil o toma tranquilizantes. Y junto con las dudas, matándolas una por una, las demostraciones de que no estaba equivocado, de que no había razón para dudar. Lo que le voy a decir es lo que más risa les da a esos imbéciles, cuando a veces se me ocurre contarles. Luc no solamente era yo otra vez, sino que iba a ser como yo, como este pobre infeliz que le habla. No había más que verlo jugar, verlo caerse siempre mal, torciéndose un pie o sacándose una clavícula, esos sentimientos a flor de piel, ese rubor que le subía a la cara apenas se le preguntaba cualquier cosa. La madre, en cambio, cómo les gusta hablar, cómo le cuentan a uno cualquier cosa aunque el chico esté ahí muriéndose de vergüenza, las intimidades más increíbles, las anécdotas del primer diente, los dibujos de los ocho años, las enfermedades... La buena señora no sospechaba nada, claro, y el tío jugaba conmigo al ajedrez, yo era como de la familia, hasta les adelanté dinero para llegar a un fin de mes. No me costó ningún trabajo conocer el pasado de Luc, bastaba intercalar preguntas entre los temas que interesaban a los viejos: el reumatismo del tío, las maldades de la portera, la política. Así fui conociendo la infancia de Luc entre jaques al rey y reflexiones sobre el precio de la carne, y así la demostración se fue cumpliendo infalible. Pero entiéndame, mientras pedimos otra copa: Luc era yo, lo que yo había sido de niño, pero no se lo imagine como un calco. Más bien una figura análoga, comprende, es decir que a los siete años yo me había dislocado una muñeca y Luc la clavícula, y a los nueve habíamos tenido respectivamente el sarampión y la escarlatina, y además la historia intervenía, viejo, a mí el sarampión me había durado quince días mientras que a Luc lo habían curado en cuatro, los progresos de la medicina y cosas por el estilo. Todo era análogo y por eso, para ponerle un ejemplo al caso, bien podría suceder que el panadero de la esquina fuese un avatar de Napoleón, y él no lo sabe porque el orden no se ha alterado, porque no podrá encontrar se nunca con la verdad en un autobús; pero si de alguna manera llegara a darse cuenta de esa verdad, podría comprender que ha repetido y que está repitiendo a Napoleón, que pasar de lavaplatos a dueño de una buena panadería en Montparnasse es la misma figura que saltar de Córcega al trono de Francia, y que escarbando despacio en la historia de su vida encontraría los momentos que corresponden a la campaña de Egipto, al consulado y a Austerlitz, y hasta se daría cuenta de que algo le va a pasar con su panadería dentro de unos años, y que acabará en una Santa Helena que a lo mejor es una piecita en un sexto piso, pero también vencido, también rodeado por el agua de la soledad, también orgulloso de su panadería que fue como un vuelo de águilas. Usted se da cuenta, ¿no?.
Yo me daba cuenta, pero opiné que en la infancia todos tenemos enfermedades típicas a plazo fijo, y que casi todos nos rompemos alguna cosa jugando al fútbol.
—Ya sé, no le he hablado más que de las coincidencias visibles. Por ejemplo, que Luc se pareciera a mí no tenía importancia, aunque sí la tuvo para la revelación en el autobús. Lo verdaderamente importante eran las secuencias, y eso es difícil de explicar porque tocan al carácter, a recuerdos imprecisos, a fábulas de la infancia. En ese tiempo, quiero decir cuando tenía la edad de Luc, yo había pasado por una época amarga que empezó con una enfermedad interminable, después en plena convalecencia me fui a jugar con los amigos y me rompí un brazo, y apenas había salido de eso me enamoré de la hermana de un condiscípulo y sufrí como se sufre cuando se es incapaz de mirar en los ojos a una chica que se está burlando de uno. Luc se enfermó también, apenas convaleciente lo invitaron al circo y al bajar de las graderías resbaló y se dislocó un tobillo. Poco después su madre lo sorprendió una tarde llorando al lado de la ventana, con un pañuelito azul estrujado en la mano, un pañuelo que no era de la casa.

Como alguien tiene que hacer de contradictor en esta vida, dije que los amores infantiles son el complemento inevitable de los machucones y las pleuresías. Pero admití que lo del avión ya era otra cosa. Un avión con hélice a resorte, que él había traído para su cumpleaños.
—Cuando se lo di me acordé una vez más del Meccano que mi madre me había regalado a los catorce años, y de lo que me pasó. Pasó que estaba en el jardín, a pesar de que se venía una tormenta de verano y se oían ya los truenos, y me había puesto a armar una grúa sobre la mesa de la glorieta, cerca de la puerta de calle. Alguien me llamó desde la casa, y tuve que entrar un minuto. Cuando volví, la caja del Meccano había desaparecido y la puerta estaba abierta. Gritando desesperado corrí a la calle donde ya no se veía a nadie, y en ese mismo instante cayó un rayo en el chalet de enfrente. Todo eso ocurrió como en un solo acto, y yo lo estaba recordando mientras le daba el avión a Luc y él se quedaba mirándolo con la misma felicidad con que yo había mirado mi Meccano. La madre vino a traerme una taza de café, y cambiábamos las frases de siempre cuando oímos un grito. Luc había corrido a la ventana como si quisiera tirarse al vacío. Tenía la cara blanca y los ojos llenos de lágrimas, alcanzó a balbucear que el avión se había desviado en su vuelo, pasando exactamente por el hueco de la ventana entreabierta. «No se lo ve más, no se lo ve más», repetía llorando. Oímos gritar más abajo, el tío entró corriendo para anunciar que había un incendio en la casa de enfrente. ¿Comprende, ahora? Sí, mejor nos tomamos otra copa.


Después, como yo me callaba, el hombre dijo que había empezado a pensar solamente en Luc, en la suerte de Luc. Su madre lo destinaba a una escuela de artes y oficios, para que modestamente se abriera lo que ella llamaba su camino en la vida, pero ese camino ya estaba abierto y solamente él, que no hubiera podido hablar sin que lo tomaran por loco y lo separaran para siempre de Luc, podía decirle a la madre y al tío que todo era inútil, que cualquier cosa que hicieran el resultado sería el mismo, la humillación, la rutina lamentable, los años monótonos, los fracasos que van royendo la ropa y el alma, el refugio en una soledad resentida, en un bistró de barrio. Pero lo peor de todo no era el destino de Luc; lo peor era que Luc moriría a su vez y otro hombre repetiría la figura de Luc y su propia figura, hasta morir para que otro hombre entrara a su vez en la rueda. Luc ya casi no le importaba; de noche, su insomnio se proyectaba más allá hasta otro Luc, hasta otros que se llamarían Robert o Claude o Michel, una teoría al infinito de pobres diablos repitiendo la figura sin saberlo, convencidos de su libertad y su albedrío. El hombre tenía el vino triste, no había nada que hacerle.


—Ahora se ríen de mí cuando les digo que Luc murió unos meses después, son demasiado estúpidos para entender que... Sí, no se ponga usted también a mirarme con esos ojos. Murió unos meses después, empezó por una especie de bronquitis, así como a esa misma edad yo había tenido una infección hepática. A mí me internaron en el hospital, pero la madre de Luc se empeñó en cuidarlo en casa, y yo iba casi todos los días, y a veces llevaba a mi sobrino para que jugara con Luc. Había tanta miseria en esa casa que mis visitas eran un consuelo en todo sentido, la compañía para Luc, el paquete de arenques o el pastel de damascos. Se acostumbraron a que yo me encargara de comprar los medicamentos, después que les hablé de una farmacia donde me hacían un descuento especial. Terminaron por admitirme como enfermero de Luc, y ya se imagina que en una casa como ésa, donde el médico entra y sale sin mayor interés, nadie se fija mucho si los síntomas finales coinciden del todo con el primer diagnóstico... ¿Por qué me mira así? ¿He dicho algo que no esté bien?


No, no había dicho nada que no estuviera bien, sobre todo a esa altura del vino. Muy al contrario, a menos de imaginar algo horrible la muerte del pobre Luc venía a demostrar que cualquiera dado a la imaginación puede empezar un fantaseo en un autobús 95 y terminarlo al lado de la cama donde se está muriendo calladamente un niño. Para tranquilizarlo, se lo dije. Se quedó mirando un rato el aire antes de volver a hablar.


—Bueno, como quiera. La verdad es que en esas semanas después del entierro sentí por primera vez algo que podía parecerse a la felicidad. Todavía iba cada tanto a visitar a la madre de Luc, le llevaba un paquete de bizcochos, pero poco me importaba ya de ella o de la casa, estaba como anegado por la certidumbre maravillosa de ser el primer mortal, de sentir que mi vida se seguía desgastando día tras día, vino tras vino, y que al final se acabaría en cualquier parte y a cualquier hora, repitiendo hasta lo último el destino de algún desconocido muerto vaya a saber dónde y cuándo, pero yo sí que estaría muerto de verdad, sin un Luc que entrara en la rueda para repetir estúpidamente una estúpida vida. Comprenda esa plenitud, viejo, envídieme tanta felicidad mientras duró.


Porque, al parecer, no había durado. El bistró y el vino barato lo probaban, y esos ojos donde brillaba una fiebre que no era del cuerpo. Y sin embargo había vivido algunos meses saboreando cada momento de su mediocridad cotidiana, de su fracaso conyugal, de su ruina a los cincuenta años, seguro de su mortalidad inalienable. Una tarde, cruzando el Luxemburgo, vio una flor.


—Estaba al borde de un cantero, una flor amarilla cualquiera. Me había detenido a encender un cigarrillo y me distraje mirándola. Fue un poco como si también la flor me mirara, esos contactos, a veces... Usted sabe, cualquiera los siente, eso que llaman la belleza. Justamente eso, la flor era bella, era una lindísima flor. Y yo estaba condenado, yo me iba a morir un día para siempre. La flor era hermosa, siempre habría flores para los hombres futuros. De golpe comprendí la nada, eso que había creído la paz, el término de la cadena. Yo me iba a morir y Luc ya estaba muerto, no habría nunca más una flor para alguien como nosotros, no habría nada, no habría absolutamente nada, y la nada era eso, que no hubiera nunca más una flor. El fósforo encendido me abrasó los dedos. En la plaza salté a un autobús que iba a cualquier lado y me puse absurdamente a mirar, a mirar todo lo que se veía en la calle y todo lo que había en el autobús. Cuando llegamos al término mino, bajé y subí a otro autobús que llevaba a los suburbios. Toda la tarde, hasta entrada la noche, subí y bajé de los autobuses pensando en la flor y en Luc, buscando entre los pasajeros a alguien que se pareciera a Luc, a alguien que se pareciera a mí o a Luc, a alguien que pudiera ser yo otra vez, a alguien a quien mirar sabiendo que era yo, y luego dejarlo irse sin decirle nada, casi protegiéndolo para que siguiera por su pobre vida estúpida, su imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra...
Pagué.

de la familia, hasta les adelanté dinero para llegar a un fin de mes. No me costó ningún trabajo conocer el pasado de Luc, bastaba intercalar preguntas entre los temas que interesaban a los viejos: el reumatismo del tío, las maldades de la portera, la política. Así fui conociendo la infancia de Luc entre jaques al rey y reflexiones sobre el precio de la carne, y así la demostración se fue cumpliendo infalible. Pero entiéndame, mientras pedimos otra copa: Luc era yo, lo que yo había sido de niño, pero no se lo imagine como un calco. Más bien una figura análoga, comprende, es decir que a los siete años yo me había dislocado una muñeca y Luc la clavícula, y a los nueve habíamos tenido respectivamente el sarampión y la escarlatina, y además la historia intervenía, viejo, a mí el sarampión me había durado quince días mientras que a Luc lo habían curado en cuatro, los progresos de la medicina y cosas por el estilo. Todo era análogo y por eso, para ponerle un ejemplo al caso, bien podría suceder que el panadero de la esquina fuese un avatar de Napoleón, y él no lo sabe porque el orden no se ha alterado, porque no podrá encontrar se nunca con la verdad en un autobús; pero si de alguna manera llegara a darse cuenta de esa verdad, podría comprender que ha repetido y que está repitiendo a Napoleón, que pasar de lavaplatos a dueño de una buena panadería en Montparnasse es la misma figura que saltar de Córcega al trono de Francia, y que escarbando despacio en la historia de su vida encontraría los momentos que corresponden a la campaña de Egipto, al consulado y a Austerlitz, y hasta se daría cuenta de que algo le va a pasar con su panadería dentro de unos años, y que acabará en una Santa Helena que a lo mejor es una piecita en un sexto piso, pero también vencido, también rodeado por el agua de la soledad, también orgulloso de su panadería que fue como un vuelo de águilas. Usted se da cuenta, ¿no?.
Yo me daba cuenta, pero opiné que en la infancia todos tenemos enfermedades típicas a plazo fijo, y que casi todos nos rompemos alguna cosa jugando al fútbol.
—Ya sé, no le he hablado más que de las coincidencias visibles. Por ejemplo, que Luc se pareciera a mí no tenía importancia, aunque sí la tuvo para la revelación en el autobús. Lo verdaderamente importante eran las secuencias, y eso es difícil de explicar porque tocan al carácter, a recuerdos imprecisos, a fábulas de la infancia. En ese tiempo, quiero decir cuando tenía la edad de Luc, yo había pasado por una época amarga que empezó con una enfermedad interminable, después en plena convalecencia me fui a jugar con los amigos y me rompí un brazo, y apenas había salido de eso me enamoré de la hermana de un condiscípulo y sufrí como se sufre cuando se es incapaz de mirar en los ojos a una chica que se está burlando de uno. Luc se enfermó también, apenas convaleciente lo invitaron al circo y al bajar de las graderías resbaló y se dislocó un tobillo. Poco después su madre lo sorprendió una tarde llorando al lado de la ventana, con un pañuelito azul estrujado en la mano, un pañuelo que no era de la casa.

Como alguien tiene que hacer de contradictor en esta vida, dije que los amores infantiles son el complemento inevitable de los machucones y las pleuresías. Pero admití que lo del avión ya era otra cosa. Un avión con hélice a resorte, que él había traído para su cumpleaños.
—Cuando se lo di me acordé una vez más del Meccano que mi madre me había regalado a los catorce años, y de lo que me pasó. Pasó que estaba en el jardín, a pesar de que se venía una tormenta de verano y se oían ya los truenos, y me había puesto a armar una grúa sobre la mesa de la glorieta, cerca de la puerta de calle. Alguien me llamó desde la casa, y tuve que entrar un minuto. Cuando volví, la caja del Meccano había desaparecido y la puerta estaba abierta. Gritando desesperado corrí a la calle donde ya no se veía a nadie, y en ese mismo instante cayó un rayo en el chalet de enfrente. Todo eso ocurrió como en un solo acto, y yo lo estaba recordando mientras le daba el avión a Luc y él se quedaba mirándolo con la misma felicidad con que yo había mirado mi Meccano. La madre vino a traerme una taza de café, y cambiábamos las frases de siempre cuando oímos un grito. Luc había corrido a la ventana como si quisiera tirarse al vacío. Tenía la cara blanca y los ojos llenos de lágrimas, alcanzó a balbucear que el avión se había desviado en su vuelo, pasando exactamente por el hueco de la ventana entreabierta. «No se lo ve más, no se lo ve más», repetía llorando. Oímos gritar más abajo, el tío entró corriendo para anunciar que había un incendio en la casa de enfrente. ¿Comprende, ahora? Sí, mejor nos tomamos otra copa.


Después, como yo me callaba, el hombre dijo que había empezado a pensar solamente en Luc, en la suerte de Luc. Su madre lo destinaba a una escuela de artes y oficios, para que modestamente se abriera lo que ella llamaba su camino en la vida, pero ese camino ya estaba abierto y solamente él, que no hubiera podido hablar sin que lo tomaran por loco y lo separaran para siempre de Luc, podía decirle a la madre y al tío que todo era inútil, que cualquier cosa que hicieran el resultado sería el mismo, la humillación, la rutina lamentable, los años monótonos, los fracasos que van royendo la ropa y el alma, el refugio en una soledad resentida, en un bistró de barrio. Pero lo peor de todo no era el destino de Luc; lo peor era que Luc moriría a su vez y otro hombre repetiría la figura de Luc y su propia figura, hasta morir para que otro hombre entrara a su vez en la rueda. Luc ya casi no le importaba; de noche, su insomnio se proyectaba más allá hasta otro Luc, hasta otros que se llamarían Robert o Claude o Michel, una teoría al infinito de pobres diablos repitiendo la figura sin saberlo, convencidos de su libertad y su albedrío. El hombre tenía el vino triste, no había nada que hacerle.


—Ahora se ríen de mí cuando les digo que Luc murió unos meses después, son demasiado estúpidos para entender que... Sí, no se ponga usted también a mirarme con esos ojos. Murió unos meses después, empezó por una especie de bronquitis, así como a esa misma edad yo había tenido una infección hepática. A mí me internaron en el hospital, pero la madre de Luc se empeñó en cuidarlo en casa, y yo iba casi todos los días, y a veces llevaba a mi sobrino para que jugara con Luc. Había tanta miseria en esa casa que mis visitas eran un consuelo en todo sentido, la compañía para Luc, el paquete de arenques o el pastel de damascos. Se acostumbraron a que yo me encargara de comprar los medicamentos, después que les hablé de una farmacia donde me hacían un descuento especial. Terminaron por admitirme como enfermero de Luc, y ya se imagina que en una casa como ésa, donde el médico entra y sale sin mayor interés, nadie se fija mucho si los síntomas finales coinciden del todo con el primer diagnóstico... ¿Por qué me mira así? ¿He dicho algo que no esté bien?


No, no había dicho nada que no estuviera bien, sobre todo a esa altura del vino. Muy al contrario, a menos de imaginar algo horrible la muerte del pobre Luc venía a demostrar que cualquiera dado a la imaginación puede empezar un fantaseo en un autobús 95 y terminarlo al lado de la cama donde se está muriendo calladamente un niño. Para tranquilizarlo, se lo dije. Se quedó mirando un rato el aire antes de volver a hablar.


—Bueno, como quiera. La verdad es que en esas semanas después del entierro sentí por primera vez algo que podía parecerse a la felicidad. Todavía iba cada tanto a visitar a la madre de Luc, le llevaba un paquete de bizcochos, pero poco me importaba ya de ella o de la casa, estaba como anegado por la certidumbre maravillosa de ser el primer mortal, de sentir que mi vida se seguía desgastando día tras día, vino tras vino, y que al final se acabaría en cualquier parte y a cualquier hora, repitiendo hasta lo último el destino de algún desconocido muerto vaya a saber dónde y cuándo, pero yo sí que estaría muerto de verdad, sin un Luc que entrara en la rueda para repetir estúpidamente una estúpida vida. Comprenda esa plenitud, viejo, envídieme tanta felicidad mientras duró.


Porque, al parecer, no había durado. El bistró y el vino barato lo probaban, y esos ojos donde brillaba una fiebre que no era del cuerpo. Y sin embargo había vivido algunos meses saboreando cada momento de su mediocridad cotidiana, de su fracaso conyugal, de su ruina a los cincuenta años, seguro de su mortalidad inalienable. Una tarde, cruzando el Luxemburgo, vio una flor.


—Estaba al borde de un cantero, una flor amarilla cualquiera. Me había detenido a encender un cigarrillo y me distraje mirándola. Fue un poco como si también la flor me mirara, esos contactos, a veces... Usted sabe, cualquiera los siente, eso que llaman la belleza. Justamente eso, la flor era bella, era una lindísima flor. Y yo estaba condenado, yo me iba a morir un día para siempre. La flor era hermosa, siempre habría flores para los hombres futuros. De golpe comprendí la nada, eso que había creído la paz, el término de la cadena. Yo me iba a morir y Luc ya estaba muerto, no habría nunca más una flor para alguien como nosotros, no habría nada, no habría absolutamente nada, y la nada era eso, que no hubiera nunca más una flor. El fósforo encendido me abrasó los dedos. En la plaza salté a un autobús que iba a cualquier lado y me puse absurdamente a mirar, a mirar todo lo que se veía en la calle y todo lo que había en el autobús. Cuando llegamos al término mino, bajé y subí a otro autobús que llevaba a los suburbios. Toda la tarde, hasta entrada la noche, subí y bajé de los autobuses pensando en la flor y en Luc, buscando entre los pasajeros a alguien que se pareciera a Luc, a alguien que se pareciera a mí o a Luc, a alguien que pudiera ser yo otra vez, a alguien a quien mirar sabiendo que era yo, y luego dejarlo irse sin decirle nada, casi protegiéndolo para que siguiera por su pobre vida estúpida, su imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra...
Pagué.