No, ni siquiera él sabía leer. Sí es cierto que poseía una casa inmensa con grandes salones que contaban con altas estanterías repletas de libros. Sí, de libros. Eran volúmenes que su abuelo había heredado de su abuelo y este último del padre de su padre.
Le gustaba el olor de los libros viejos porque decía que le daban a su casa un aire noble y distinguido. Eso les decía a sus hijos quienes, como es lógico, tampoco sabían leer. Les contaba en voz baja la historia de los ladrillos de papel, que no eran más que esqueletos de las viejas ideas del mundo viejo, de cuando mil años atrás los hombres crearon Internet que, como todos sabemos, mató a la estrella de los betsellers.