En nuestra vida nos encontramos con múltiples y complejos problemas que gracias al uso del lenguaje llegamos a resolver. Sin embargo, las palabras generan también una serie de problemas que sin ellas no existirían. El lenguaje nos permite decirlo (casi) todo: lo que hay y lo que no hay, lo que es y lo que ha sido, lo sublime y lo estúpido; gracias a él podemos narrar cualquier hecho, como el principio de una batalla o el final de un amor. Nos permite mostrar nuestro pensamiento, ocultarlo, disimular nuestros intereses, en definitiva, jugar en difícil equilibrio con lo verdadero y lo falso.
El papel del lenguaje es fundamental en el adoctrinamiento político y religioso, en la visión del mundo de los grupos humanos, y, también, en cualquier tipo de lavado de cerebro. Podríamos decir que el fundamentalísimo es una enfermedad de la palabra. Así, por ejemplo, los talibanes y fanáticos memorizan los textos presuntamente sagrados mediante constantes repeticiones y movimientos sincopadas de cabeza. Y enfermos por la palabra cometen masacres como la del 11 de septiembre o la del 11 de marzo de 2004 en Madrid.
El lenguaje es el pilar que sustenta nuestra vida en sociedad, el testigo y el guardián de nuestra memoria y el instrumento de trabajo, de relación y divertimento. Debemos estar vigilantes ante las posibles trampas que nos tiende el lenguaje, pues en cada palabra -la más mínima- hay una fuerza argumentativa, significados que cambian constantemente la realidad y nuestro pensamiento.